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Aranceles y corrupción – Desayunando con Krugman

Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008
Trump ha desnaturalizado el proceso de negociación comercial y socavado la credibilidad de Estados Unidos.

En épocas normales, el anuncio de Donald Trump de imponer aranceles sobre US$ 200,000 millones en bienes chinos, acercándonos a una guerra comercial sin cuartel, habría acaparado los titulares. Pero así como están las cosas, la noticia fue opacada por todos los escándalos en marcha. No obstante ello, los aranceles de Trump sí son un gran problema.

Su impacto económico directo será modesto, aunque no trivial; pero las cifras no lo son todo. Casi de forma casual, la política comercial “trumpiana” ha hecho pedazos las reglas que Estados Unidos creó hace más de 80 años —cuyo objetivo fue asegurar que los aranceles reflejen prioridades nacionales y no el poder de intereses particulares—. Se podría decir que Trump está haciendo que los aranceles vuelvan a ser corruptos y que el daño será duradero.

Hasta los años 30, la política comercial estadounidense era turbia y disfuncional. Aparte los elevados aranceles, los beneficiarios y el grado de protección se determinaban en base al clientelismo. Los costos de este sistema iban más allá de lo económico: socavaron la influencia del país y perjudicaron al mundo. En especial, tras la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos exigió a los países europeos pagar su deuda de guerra, lo que significó que tenían que obtener dólares vía exportaciones; pero al mismo tiempo les impuso altos aranceles que las obstruían.

El juego cambió en 1934, cuando Franklin D. Roosevelt promulgó la Ley de Trato Comercial Recíproco. Desde entonces, los aranceles se negociarían con otros gobiernos, permitiendo a los sectores exportadores acceder a mercados abiertos. Además, los acuerdos estarían sujetos al voto del Congreso, lo que redujo la influencia de los grupos de interés. Esta innovación culminó en la fundación de la Organización Mundial del Comercio, y la política arancelaria pasó de ser sucia a marcadamente limpia.

Los creadores de este sistema sabían que necesitaba cierta flexibilidad para ser políticamente viable, así que se otorgó a los gobiernos el derecho de imponer aranceles bajo ciertas circunstancias: afrontar oleadas de importaciones, responder ante prácticas desleales y proteger la seguridad nacional. En Estados Unidos, el poder de aplicar esos aranceles para casos especiales fue conferido al Ejecutivo, entendiéndose que lo usaría de manera moderada y juiciosa.

Y llegó Trump, que hasta la fecha ha impuesto aranceles de hasta 25% sobre alrededor de US$ 300,000 millones en importaciones. Aunque Trump y sus funcionarios siguen afirmando que se trata de un impuesto a los extranjeros, en realidad es un aumento de impuestos al país. Y dado que la mayoría de esos aranceles grava materias primas y otros insumos, la medida tendrá un efecto paralizador sobre la inversión y la innovación.

Pero no solo habrá impacto económico. También se han desnaturalizado las reglas de la negociación comercial. ¿Bloquear importaciones desde Canadá en nombre de la seguridad nacional, en serio? Incluso el gran anuncio respecto de China, supuestamente en respuesta a sus prácticas comerciales desleales, fue básicamente una maquinación.

Si bien China no se comporta apropiadamente en la economía internacional, se supone que este tipo de represalia arancelaria debe ser una respuesta a medidas específicas, y debe ofrecer al gobierno castigado una vía clara para satisfacer las exigencias estadounidenses. Pero lo que Trump hizo fue atacar basado principalmente en una vaga sensación de agravio, sin que esté a la vista un final del juego.

En otras palabras, tanto en aranceles como en muchas otras políticas, Trump ha revocado el imperio de la ley y la ha reemplazado con sus caprichos. Y esto tendrá un par de consecuencias nefastas. Primero, abre la puerta a la corrupción de antaño. La mayoría de aranceles grava la importación de insumos, pero algunos negocios están recibiendo un trato especial. Por ejemplo, a ciertos usuarios de acero se les concedió arancel cero —incluida la subsidiaria de una empresa rusa sancionada, pero se le retiró el beneficio cuando el público se enteró—. ¿Cuáles son los criterios para estas excepciones? Nadie lo sabe, aunque hay motivos para creer que el favoritismo político está desbordándose.

En segundo lugar, Estados Unidos ha arrojado por la borda su credibilidad negociadora. En el pasado, los países que suscribían tratados comerciales con el nuestro sabían que se respetarían. Pero ahora saben que cualquier documento que el presidente firme, supuestamente garantizando acceso al mercado estadounidense, se sentirá libre de bloquear sus exportaciones esgrimiendo argumentos engañosos y cuando se le antoje.

En resumen, aunque los aranceles de Trump no sean tan fuertes —aún—, ya nos han convertido en un socio poco fiable, en un país cuya política comercial es conducida por el clientelismo político y que tiene demasiada probabilidad de faltar a sus promesas cuando le sea conveniente. Yo no creo que eso esté haciendo grande de nuevo a Estados Unidos. En épocas normales, el anuncio de Donald Trump de imponer aranceles sobre US$ 200,000 millones en bienes chinos, acercándonos a una guerra comercial sin cuartel, habría acaparado los titulares. Pero así como están las cosas, la noticia fue opacada por todos los escándalos en marcha. No obstante ello, los aranceles de Trump sí son un gran problema. Su impacto económico directo será modesto, aunque no trivial; pero las cifras no lo son todo. Casi de forma casual, la política comercial “trumpiana” ha hecho pedazos las reglas que Estados Unidos creó hace más de 80 años —cuyo objetivo fue asegurar que los aranceles reflejen prioridades nacionales y no el poder de intereses parAranceles y corrupción Hasta la fecha, Trump ha impuesto aranceles de hasta 25% sobre alrededor de US$ 300,000 millones en importaciones.

Antonio Yonz Martínez Traducción

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