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Cumbre de las Américas: avance sin triunfalismo

La Voz de SE. La Cumbre de las Américas abrió la oportunidad para luchar contra la corrupción a nivel regional y mostró a un Perú constitucionalmente más maduro.

La Cumbre de las Américas se logró llevar a cabo. Si bien parece un logro poco excepcional para un evento que se realiza cada tres años, los eventos que llevaron a ella —la acumulación de revelaciones del caso Lava Jato— hace que pueda considerarse como un hito regional y local. Primero, porque por primera vez los gobernantes de los países latinoamericanos discutieron sobre el impacto de la corrupción, de la que han sido (y son) tanto cómplices como víctimas. Segundo, porque la cumbre marcó una madurez constitucional en términos de sucesión presidencial entre el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) y el de Martín Vizcarra.

No es poca cosa que los países latinoamericanos se hayan sentado por primera vez a dialogar y reflexionar sobre el impacto del caso Lava Jato y a discutir sobre cómo evitar similares casos de corrupción. Nunca antes se había abordado en conjunto este problema, que se extendió por nueve países de la región y que acabó con crisis políticas, entrampamientos económicos y hasta expresidentes y presidentes presos, como los casos de Ricardo Martinelli en Panamá y Luis Inácio ‘Lula’ da Silva en Brasil. Fue, además, la primera vez que la Cumbre de las Américas trató la problemática del caso Lava Jato y sus impactos en la gobernabilidad. La última cumbre, realizada en Panamá en el 2015, se celebró antes de que estallaran los más grandes escándalos de Lava Jato. El propio Vizcarra señaló en la apertura de la cumbre que ésta suponía una oportunidad para el diálogo en torno a una situación acuciante como la corrupción, y que lo discutido no podía quedar en ‘letra muerta’. La cumbre abre una oportunidad a que exista una colaboración más fluida entre los gobiernos latinoamericanos de cara a las investigaciones, como dijo el propio Vizcarra en su discurso.

Pero la Cumbre de las Américas no es suficiente para solucionar el problema de fondo. Sería ingenuo suponerlo. Y, de hecho, tuvo reveses. Uno de ellos fue la ausencia del presidente de EEUU, Donald Trump, cabeza de la democracia más representativa de América. También el retiro del presidente de Ecuador, Lenín Moreno, por el asesinato de tres periodistas ecuatorianos en Colombia. Por el contrario, la ausencia del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro,puede considerarse un triunfo de la diplomacia peruana.

A nivel local la Cumbre de las Américas también marcó un hito: que se haya realizado representa una mayor madurez constitucional en términos de una limpia sucesión presidencial. De lo contrario, la cumbre se habría cancelado, como sugirieron algunos presidentes de la región tras la renuncia de PPK. La realización de la cumbre fue una confirmación de que el Perú estuvo preparado para salir del mayor embrollo de su crisis política (ver entrevista en la p.59). Y le jugó a favor Vizcarra: en ella reforzó su investidura como presidente constitucional tanto a nivel local como internacional, le permitió consolidarse en su posición y también pudo posicionar su imagen como intransigente con la corrupción.

La Cumbre de las Américas puede verse como un primer avance en términos de la lucha anticorrupción, pero ello —sin duda positivo— no debe conducir a triunfalismos que puedan echar por la borda lo (todavía poco) avanzado.

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